Escrito por: Raúl Rodas
Este año 2020 el mundo ha enfrentado una de las mayores amenazas sanitarias: La pandemia de la COVID-19. En El Salvador ha causado un enorme impacto, especialmente en el área social y económico; a esto se le suma la aparición en el mes de julio de una plaga de langosta voladora o langosta centroamericana (Schistocerca piceifrons piceifrons), cuya presencia tiene preocupados a las autoridades, productores y productoras en general, por las pérdidas considerables que podría causar en la producción agrícola, especialmente en cultivos como el maíz.
Sin duda, estos fenómenos no afectan a todos por igual, existen grupos poblacionales más vulnerables; uno de estos grupos son las mujeres, cuya vulnerabilidad aumenta si es de origen rural, y máxime si son madres solteras. Sin dejar de lado, que en El Salvador las mujeres representan un porcentaje significativo de la población, alcanzando más del 50% del total.
En la comunidad de San Hilario del municipio de Jiquilisco, departamento de Usulután, reside Xiomara Rivera. Ella cultiva alrededor de una manzana de maíz y manifiesta haber tenido presencia de esta plaga: “Había estado escuchando noticias de esta langosta, y por eso me vine un día en la mañana a ver la parcela. Y resulta que me encuentro con una buena cantidad de animalitos. No sabía qué hacer. Al inicio llamé a un número de teléfono del gobierno, pero no me respondieron. Luego decidí llamar a Evelyn, una técnico de proyecto de una ONG que brinda asistencia técnica en esta zona. Le envié unas fotos que tomé con mi teléfono, y ella me dio algunas recomendaciones de aplicar insecticida orgánico a base de chile y ajo. Fue así como pude repeler estos insectos”.
Según consideraciones de algunos técnicos, probablemente el ataque de esta plaga al cultivo de Xiomara haya sido menos agresivo, con un enjambre de insectos más vulnerables, por lo que habría que considerar otras afectaciones en las parcelas aledañas. Sin embargo, a pesar que su parcela no fue afectada en su totalidad, sufrió pérdidas considerables.
El apoyo técnico recibido por Xiomara, fue gracias a que es beneficiaria de un proyecto orientado a la implementación de Sistemas Agroforestales (SAF), en la cual ha aprendido técnicas de agricultura orgánica. Este proyecto lo ejecuta la ONG Oikos con el apoyo técnico y financiero del Fondo de Inversión Ambiental de El Salvador (FIAES) en la zona conocida como Bajo Lempa.
Esta intervención ha venido a apalear un poco las pérdidas de los agricultores en sus cultivos. Sin embargo, este tipo de apoyos no es la generalidad en nuestro país, con el agravante que no existe ningún tipo de seguro agrícola o subsidio en caso de pérdidas, lo que agudiza la situación de pobreza, vulnerabilidad y seguridad alimentaria de las familias, especialmente de las mujeres jefas de hogar.
La pandemia COVID-19, las plagas y otros aspectos de orden político, social y económico agudizan la situación de las mujeres. Más cuando la CEPAL, pronostica un panorama sombrío para América Latina y el Caribe, en la que establece que la tasa de pobreza de las mujeres aumentaría este año (2020) a 37.4%, un 22% más que en 2019. Lo que significa que 118 millones de mujeres se encontraran en esa situación. Para el caso de El Salvador según la encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de la DYGESTIC, para el 2018 solo el 10.3% de los propietarios agropecuarios de tierra son mujeres. Muchas de ellas se ven obligadas a trabajar en tierras que son prestadas o alquiladas.
Por otra parte, el ingreso promedio mensual para la población femenina rural es apenas de 152.56 dólares aproximadamente, la mitad del salario mínimo urbano. Solo una de cada cinco niñas asiste a la escuela en el área rural. Los trabajos domésticos y de cuido recaen casi exclusivamente en las mujeres que llegan a tener jornadas de hasta 16 horas diarias. En el ámbito rural, los hombres apenas aportan un 13.8% del total del trabajo de cuido (FUNDE).
Por tanto, el riesgo y la vulnerabilidad ante pandemias, aparecimiento de más plagas y enfermedades e impactos en general producto del cambio climático (sequías, inundaciones, etc.) es muy alto en familias cuyos ingresos y alimentación dependen exclusivamente de la actividad agrícola. Sigue siendo entonces, desde hace muchos años un desafío histórico y de origen estructural el generar condiciones favorables para hombres y mujeres que se dedican a la agricultura en El Salvador. Y más grande aún cuando de reducir las brechas de género e injusticia contra las mujeres se trata.
Agricultoras en tiempos de langostas voladoras y COVID-19
Segundo Taller de Periodismo Ambiental